lunes, agosto 02, 2010

Sweet thirty- nine

Aquella noche prefirió no acompañarla, sabía perfectamente a donde se dirigía y que aquel encuentro no requería su presencia. Es más, sabía de sobra cuanto sobraba su presencia.
Paseó por las calles más vacías que encontró por la ciudad y en un determinado momento de lucidez tuvo una idea, una idea desgarradora para si mismo, pero también una idea que le mantendría ocupado aquella noche.
Se escabulló entre calles para llegar a un pequeño edificio rojo que conocía casi tan bien como los ojos de ella. Subió tres escalones de cemento y se dio de bruces con aquella puerta. El número 22 escrito en bronce resaltaba a su lado.
Apoyó la frente en ella y suaves lágrimas silenciosas se deslizaron por su rostro. Tras su espalda comenzaba a llover. Se asomó a una ventana y les pudo ver como hacía ya dos años que no les veía, sus padres reían mirando el televisor mientras se cogían de la mano. Entre todas sus lágrimas escapó una sonrisa nostálgica, recordaba con precisión aquellas noches frente al televisor, podía calificarlas como uno de sus mejores recuerdos.
No podría decir con precisión cuantas horas estuvo allí, pero llegó un momento en que decidió alejase para siempre de aquella casa mientras la lluvia empapaba sus hombros, su cabeza y sus alas.
Llegó a su casa en menos de diez minutos, conocía aquel camino de sobra y con años de práctica había encontrado los mejores atajos para llegar a verla cuanto antes.
Y la encontró tal y como esperaba, en la cama, llorando abrazada a un cojín e imaginando que era su cuerpo. La abrazó para consolarla. Al parecer había conocido a otro hombre que no había encajado en su vida como lo había hecho él... de nuevo le echaba de menos con aquella ansia que devoraba hasta lo más profundo de su alma.
Y él se moría aún más de pena al verla, al no poder tocarla, ayudarla, besarla... Matt solo deseaba que ella fuese feliz.
Al fin y al cabo, es la vida de un ángel de la guarda.

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