jueves, agosto 19, 2010

Sweet fifty-one

angels rain.


Llovían ángeles, aquella soleada mañana de Julio llovían angeles; parecían estar lanzandose desde las nubes en búsqueda de su persona especia. Nadie, ni si quiera ellos mismos, podía explicar porque todos se habían decidido a bajar a la tierra ese día y en ese momento, como tampoco nadie podía explicar el increible espectáculo que suponía ver a todas aquellas personas acompañadas de esos hermosos seres alados y vestidos de un impoluto color blanco... Prácticamente ya todo el mundo tenía un ángel a su lado a las pocas horas, y por eso todos caminaban con una sonrisa en los labios, excepto él.
Él, con sus pasos cortos y tan lentos como si el tiempo se hubiese ralentizado únicamente para su persona, caminaba serio, prácticamente en una burbuja particular desde donde contemplaba toda la felicidad que embriagaba a otros seres.
Una fina lágrima, casi teñida del azul de su ojo, escapó correteando por su rostro mientras él daba suaves patadas a las hojas que cubrían el otoñal suelo de la ciudad. Pasaban las horas y cada vez había menos gente y menos ángeles, estaba seguro de que las sonrisas no cesaban, pero las personas si se retiraban a sus hogares a descansar con sus nuevos jugetes.
Llegó un momento en que las calles estaban prácticamente desiertas y él se acercó a la playa. Se sentó en la arena donde casi el agua rozaba sus zapatos y cerró los ojos intentando desaparecer por unos instantes de ese mundo que tan poco comprendía.
Cuando volvió a abrir los ojos vió una figura a su lado, seguro que se hubiese asustado si fuese otra persona o alguno de esos ángeles que desprendían tanta luz. En lugar de todo aquello estaba ella.
Ella, le observaba sonriente sentada a su lado en la arena. Se observaron durante segundos, minutos o tal vez horas en silencio. Él no podía apartar su vista de aquella sonrisa que volvía loco su corazón, ella no cesaba de mirar sus ojos, con una facilidad casi pasmosa se perdía en ellos como si fuesen un reflejo de su pasado juntos.
-Has tardado.
-He venido.
Él se acercó y con toda la delicadeza del mundo junta en una caricia, le besó la mejilla y la sorprendió con una sonrisa.
-Como si nunca te hubieses ido.
Ambos se levantaron y caminaron durante horas, ella estaba segura de que ahora jamás le abandonaría, y él estaba seguro de que ya nunca estaría solo.


Los ángeles pueden perder la luz que desprenden.
Un ángel negro, como lo era ella (y lo había sido siempre para él) nunca perdería la luz que habitaba en su corazón.





Jueves gris, de pensamientos y lluvias, calma.

1 comentario:

  1. Me ha encantado en serio, no se por qué, pero se me ha puesto la piel de gallina, es tan mágico, ojála los ángeles estuvieran aquí ahora. Sería perfecto...

    <33

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