sábado, septiembre 25, 2010

Sweet

Dio gas y con un leve impulso la moto aceleró, aquella pequeña Vespa poco podía correr más de los ochenta kilómetros por hora, pero en ese preciso instante con sesenta sobraban, ya no había prisa. Simplemente quería correr para sentir el viento en la cara y como aquellos brazos que le rodeaban se apretaban más firmemente contra él, haciéndole sonreír.
Frenó un poco para poder mirar el paisaje: nada más que árboles mojados y pequeños arbustos bastantes divididos por los campos verdes oscuros que rodeaban la carretera a ambos lados.
Hacía escasas horas había llovido de un modo torrencial, lo que había hecho que su salida se retrasase. Aunque, tal vez, esa salida se mereciese mejor el nombre de huida.
A pesar de que trataba de no perder la concentración en conducir seguía recordando aquellas últimas cuarenta y ocho horas de un modo especial.

Su casa era especial, tenía su olor impregnado en cada rincón, lo que hacía que cada vez que él entraba allí enloqueciese, emborrachándose de su olor.
Ese día estaba allí tirado, con ella, en la cama de su habitación, tapados con un par de mantas y casi desnudos; en aquella diminuta cama prácticamente sin tocarse, uno en cada lado y solo unidos por sus dedos entrelazados y las palabras que fluían en el aire. Ninguno se miraba, no había necesidad. Además parecía que el techo les incitaba a mirarlo, como si en él fuese a aparecer la respuesta a todas las preguntas que cada noche se planteaban el uno al otro.
Como cada noche llegaba un momento en el que el techo finalmente se rendía y les dejaba escapar, les permitía mirarse y entonces sus cuerpos se juntaban. Tal vez lo especial de esa noche es que sus cuerpos no se juntaron, solo se miraron durante horas y horas, manteniendo la mayor conversación de su vida, sin decir ni una sola palabra.
A las cinco y treinta y tres minutos de la madrugada él la besó, se acercó a ella y se abrazaron, durmiéndose uno en los brazos del otro. A la mañana siguiente cuando él despertó ella estaba con su mirada clavada en sus ojos, simplemente no lo pensó, es como si en aquellos ojos grises hubiese estado escrito lo que él tenía que decirle.
-Vayámonos a un lugar donde solo seamos tú y yo.
Como respuesta ella le besó, una y otra vez, durante lo que tal vez fueron horas, y después se levantó y se fue a la ducha.
La vio marchar desde la cama, su pelo castaño se ondulaba más por las mañanas, y hacía un curioso movimiento cuando ella caminaba, como si tratase de hacerle cosquillas en su espalda perfecta.

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