martes, abril 13, 2010

Sweet twenty-five





Nunca en toda su vida había sentido tanto frío. En cada uno de sus huesos, lacerándolos, clavándose, haciendo que las lágrimas que salian de sus ojos fuesen puro hielo. Tal vez en pocos momentos sus ojos estarían congelados, y a partir de ese momento no pudiese moverlos, y no podría ver. Sería para el mundo, hacer que el mundo girase a su al rededor sin que él se moviese ni un centímetro.

Todo gira y él se para, se sienta en el suelo y se pone a llorar. Todos pasan y nadie mira, se tumba y se muere por dentro. Se agota, se consume como un puto cigarro encendido.

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